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"El cumpleaños de Link"
por Dark Princess Zelda
Aquella mañana, Link se presentó en el castillo. Tenía una cita con Zelda para ir al lago Hylia a comer. Hizo que un guardia le anunciara y se dispuso a esperar impacientemente. En el pasillo principal, se cruzó con Impa. Ésta le miró de arriba abajo y sonrió disimuladamente.
- ¿Qué pasa Impa?- preguntó Link.
- Nada… ¿Qué haces aquí?- le respondió Impa intentando disimular su risa.
- Estoy esperando a Zelda, hoy nos vamos al lago. ¿Sabes si le falta mucho?
- No, no creo que le falte mucho.
Impa volvió a reírse. Esta vez a carcajadas.
- ¿Pero que te pasa?
- Nada ¿Link, sabes que no paras de mover las manos?
- ¿Y?
- Pues que… estás nervioso. ¿Qué quieres decirle a Zelda?
- Nada. Y… y… ¡Y no estoy nervioso!
Estuvieron discutiendo largo y tendido cuando se oyó la puerta. Luego unos pasos que se acercaban pausadamente. Sin duda era Zelda.
- Bueno, Link… Te dejo con tu… amiga… je je je…
Impa abandonó la estancia justo en el momento en que Zelda llegaba. Llevaba un vestido blanco con una sobrefalda lila y el símbolo del Triforce dibujado en ella. Aquel día, Link no había cogido armamento. Iba al lago y nada extraño podía suceder…
- ¡Hola! Siento haber tardado tanto.
- No pasa nada… Zelda, tengo que hablar contigo, y es urgente.
- De acuerdo. ¿Vamos a pie?
- No, he triado a Epona. Prefiero ir rápido hasta allí.
Salieron del palacio y se despidieron de Impa, quien miró a Link y luego a Zelda. Después de mirarla, le guiñó el ojo y Zelda no pudo evitar una risita nerviosa, aunque por lo bajo.

El sol había salido ya por el horizonte, y el aire era tibio. Todo un día primaveral. Link ayudó a Zelda a montar sobre Epona y luego él subió detrás. Agarró las riendas y le dio instrucciones a su caballo para que comenzara a caminar, sin prisa pero sin pausa. Zelda sentía el aliento de Link, y podía deducir sus nervios.

En parte agradecía que Link le hubiera cedido el honor de ir delante, porque si no, habría sido él el que se diera cuenta de sus nervios. Aunque prefería haber ido detrás porque así no sentiría esas extrañas cosquillas cada vez que Link la rozaba mientras dirigía a Epona.
- Zelda, yo… - le susurró al oído a la altura del Gerudo Valley.
- ¿Sí?
- Es que te tengo que decir una cosa, pero…
- Pero…
- Prefiero decírtela más tarde.

Zelda pensó que se iba a caer de Epona. Se agarró a la crin del caballo en el momento en el que iba a saltar las dos vallas de la entrada al lago, y luego se relajó dejando escapar un largo suspiro.
Ya habían llegado. Link desmontó y dirigió su mirada al sol. Zelda bajó por si misma y acompañó a Epona hacia la hierba más verde, para que pastara. Luego se acercó a Link y le dijo:
- ¿Te apetece sentarte?
- De acuerdo.
Se sentaron en una piedra uno al lado del otro. Se quedaron en silencio. No sabían que decir.
- ¡Mira, un conejo!

Zelda señaló hacia el lugar donde había visto al conejo. Link miró en esa dirección y aprovechó la ocasión para pasarle la mano por la cintura a Zelda. Ella sintió un escalofrío. Era lo que había planeado, pero… se sentía tan extraña… Se volvió hacia Link y lo miró fijamente a los ojos. Él sonrió tímidamente y bajó la mirada al suelo.
- Zelda, te…
- ¡Hola Link! ¡Hola Zelda! ¿Qué hacéis aquí? Os he estado buscando por todo Hyrule. Fui al castillo y le pregunté a Impa.
Era Malon. Había llegado justamente en el momento oportuno.
- Ahora vienen todos…
- ¿Todos?- preguntó Link.
- Sí, todos: Nabooru, Ruto, Saria, Darunia, Impa…
- ¿Y se puede saber por qué vienen todos?- dijo Link.
En aquel momento llegaron todos.
- ¡¡¡¡¡ FELIZ CUMPLEAÑOS, LINK!!!!!
Era el cumpleaños de Link. Además, coincidía con el aniversario de la derrota de Ganon.

Entonces todos comenzaron a sacar sus regalos: Impa le regaló un arco nuevo, Saria una ocarina de plata, Nabooru unas botas de ante, Darunia un escudo de bronce con le insignia del Triforce, Ruto una escama de diamante, que era del campeón de buceo de todo Hyrule, Malon le regaló unos pendientes de oro que eran un antiguo amuleto de su familia y un anillo de madera que le dijo que se lo quedara, que cuando le fuera necesario, se daría cuenta de su gran valor. Y Zelda, una caja. Le dijo que no la abriera hasta que se hubieran ido todos. Link la observó detenidamente.

Era bastante grande, de madera, con un relieve del Triforce de oro. ¿Qué podía ser aquello tan misterioso? Además, llevaba escrita la insignia de la familia real, que era el Triforce envuelto en unas “alas” de águila rojas. Link sintió unas ganas enormes de abrirlo, o, de al menos, hacer trampas y usar la lente de la verdad.

O simplemente sacudirlo para ver si el objeto era móvil o ocupaba todo el espacio. Miró a Zelda a los ojos intentando encontrar una explicación a tantos misterios, pero ella se limitó a reírse, a cogerlo de la mano y a sacarlo a bailar. Link fingió que no le apetecía mucho, que era muy torpe… pero sin embargo, se moría de ganas de bailar allí mismo con ella.

Durante las horas que fueran. Dejó la caja cerca de la roca en la cual habían estado sentados y se limitó a dejarse llevar.

Ruto se estaba bañando en el lago, y Malon se disponía a hacerlo. Miró a Link y después a Zelda, que bailaban juntos, y sintió un pequeño desgarro en el corazón, porque se daba cuenta que no bailaba igual que como había bailado con ella. No podía entender que se fijara en Zelda, pues ella no había hecho más que meterlo en follones. Bueno, quería decir en regalos, porque Zelda era muy simpática, amable y honrada.

Eso Malon lo sabía perfectamente, pues fue ella quien financió parte de la reparación del rancho después de que Ingo se lo robara. Y siempre había sido amiga suya. Habían jugado juntas muchísimas veces cuando su padre, Talon, llevaba la leche al castillo. Pero no podía entender que se veían mutuamente. Link era… Link. Es decir, era atractivo, tenía a medio Hyrule enamorado (de hecho, todas las presentes excepto Impa y Epona estaban coladas por él) era dulce, tierno, guapo… Pero era un aventurero. No podía estar en el mismo sitio más de dos días, lo que era contrario a Zelda, que, aunque le encantaba viajar, estaba a gusto con el hogar cada día. Pero bueno. Qué se le iba a hacer… Tarde o temprano, sabía que iba a perder a Link, aunque solo fuera “perder” en sentido metafórico.

Siempre sería su amiga, y, ya puestos, Saria aún lo tenía peor. Porque ella nunca crecería, y ella siempre sería SOLO la mejor amiga de Link. Después de pensar todo esto, y de sentir que sus ojos se humedecían, se tiró al lago, para disimular las lágrimas y para divertirse, que para eso era el cumple de Link. Saria estaba subida al gran árbol de la isla del centro del lago, desde la cual había una vista maravillosa. Pensaba en lo que le había afectado volverse una sabia. Había perdido durante un tiempo toda la relación con el exterior, y todos los kokiri decidieron darla por muerta, al igual que a Link. Así que no se había vuelto a presentar por el bosque, para no causarles más problemas a los kokiri de los que tenían. Y había ganado una cosa: El derecho a salir del bosque. Sí, eso era. Había conseguido perder una de las normas kokiris, pero aún seguiría siendo pequeña durante toda su vida, hasta que muriera. Miró al sol.

Faltaba una hora para que se pusiera. Bajó del árbol y se dispuso a despedirse de todos. Ruto le enseñaba a Malon piruetas acuáticas, y Malon las realizaba muy bien para ser una hylian. Impa y Nabooru ensayaban golpes y movimientos rápidos para la lucha, pero en realidad estaban hablando de cosas en común. Aquel día se hicieron muy amigas.

Zelda y Link paseaban a lo lejos del lago, por el puente, lentamente. De repente, Link se detuvo y Zelda también. Se quedaron mirando el uno al otro, intercambiaron unas palabras y luego se abrazaron. Saria sonrió. Se despidió de los otros y se acercó disimuladamente a la pareja. Se despidió y les deseó suerte. Acto seguido se fue. ¿Adónde? Eso no lo sabían.
Ni ella ni los demás. Saria era así. Malon no había visto nada aún, y esperaba saber qué era lo que contenía la caja. Nabooru dijo que también debía irse, que le tocaba turno de noche, e Impa la acompañó, porque le apetecía mucho aprender de las gerudos. Ruto se fue diciendo que su padre estaría preocupado, y que debía irse ya. Y Malon se quedó con Darunia, que acababa de salir del estanque de pesca con un arenque de Hyrule de más de 45 libras. Darunia la invitó a la ciudad Goron para el festín de pescado que tendría lugar esa noche.

Malon aceptó y los dos se despidieron de Link y Zelda. La luna comenzaba a salir, y Zelda le dijo que era el momento de abrir la caja. Link asintió y se dirigieron a la roca, donde a Link le aguardaba el mejor regalo de todos. Se sentó, cogió la caja, y la abrió. Sintió que de sus ojos comenzaban a brotar las lágrimas.
- Zelda, yo…
- Póntela, a ver como te sienta.
- Esto es mucho, de verdad. Creo que no puedo aceptarlo.
- Sí que puedes. Es más, debes. Tú nos has salvado a todos, así que tú te la mereces muchísimo más que nadie. Y en el castillo todos están de acuerdo, incluyendo a mi padre.- Zelda le cogió la mano a Link. – Quiero que la tengas tú. Todos queremos que la tengas tú. Además, una vez que la tengas, tengo otros dos regalos para ti.
Link estrechó la corona de Hyrule entre sus brazos. No se lo podía creer. ¿Él, rey de Hyrule? ¿Y qué serían los otros dos regalos? Era imposible de creer. ¡La corona de Hyrule! Pero si él no era ni siquiera de la familia real…
- ¿Te apetece venir esta noche a tu castillo?- le dijo Zelda.
- Pues… sí, supongo que sí.
Zelda hizo que Link la mirara y le besó. Sí, lo que leéis. Zelda lo estaba besando. Y Link, también la besaba a ella, que no os creáis que por tener 18 años era tonto.

Montaron a Epona y se dirigieron de vuelta al palacio. Allí estaba todo Hyrule, incluyendo a los invitados que antes se habían marchado con tanta prisa. En cuanto Link descendió de Epona, todos se arrodillaron. Zelda lo miró por detrás y le dedicó una sonrisa. Después, se presentó el rey de Hyrule ante él, le hizo arrodillarse, le quitó el gorro y le hizo una seña a su hija. Ella se acercó trayendo con ella la corona, se la dio a su padre, y luego, se arrodilló al lado de Link.

El rey puso la corona sobre la cabeza de Link, le tomó la mano a él, luego a su hija y las unió. Después hizo que se levantaran, y él mismo se arrodilló ante ellos. Link y Zelda se miraron, y luego se besaron. Y, entonces…
TOC, TOC, TOC…
- ¡Zelda, Link te espera para ir a comer! ¡Zelda! ¿Qué haces, Zelda?- Impa llamaba a su puerta.
- ¡Ya voy Impa!- dijo Zelda. Se miró al espejo. Ella misma con unos pelos de loca y aún en camisón.
- ¿Hago pasar a Link?
- ¡No, aún no!
Zelda se apresuró a vestirse. Se puso un vestido verde y blanco, se peinó y se hizo un recogido a toda prisa. Se calzó y cogió su amuleto de la suerte. Se pintó los labios con un rosa muy claro y se puso un poco de colorete. Quería estar guapa. Muy guapa.
- Impa, ya puedes hacerlo pasar.
Link entró en la habitación con su túnica azul, sus botas, el escudo Hylian y una sonrisa radiante. Se arrodilló ante Zelda y le dijo:
- ¿Me acompañarás al baile de esta noche?
- ¡Claro! ¿Por qué no?
- ¡Bien! ¿A que hora vuelvo?
- No, no… no hace falta que te vayas. Quédate a comer…
- Vale, gracias.
- Link, te tengo que decir una cosa muy importante y que solo te la quiero decir a ti.
- ¿Y bien? ¿Qué es eso?- los ojos de Link brillaron.
- Link, yo… Link… yo te quiero.
Link se sonrojó incluso más que Zelda. Ya iban dos hylians en aquel día: antes Malon y ahora Zelda. Aunque lo que él sentía por esta última era algo especial. Decidió invitarla aquel día al lago… para dar una vuelta, y algo más. Todo aquello había sido un sueño… Pero también lo había sido la visión de una figura verde seguida de un hada que era la salvación de Hyrule… ¿Quién sabe?